«Me sentí desestabilizada desde las primeras páginas. O no “desestabilizada”. Asustada. En mi lectura tampoco encontré la mentada hospitalidad. Lo que sentí, más bien, fue desasosiego, entre los pedazos de días en Bogotá. Ir a la Olímpica por aceite, cebollas, perejil, huevos, pimentón. Ir y volver del trabajo en bus. Seguir por entre la lluvia, ver basura que se esparce por la tempestad. Trabajar con horario y tratar de no aburrirse. Consumir, comprar rebajas. Cada rutina de Laura tiene algo de macabro. Algo que no nos dicen y que será evidente tal vez en su rostro, en los rostros de quienes la miran (pero a esos no los vemos)».
—Tatiana Acevedo, El Espectador