La vaca y el Sol
No tengo el callado entusiasmo de la vaca, o de lo que puedo imaginarle: su confianza en que estará viva en la alborada. Su querer la confianza. Su impulso central: el Sol, que recorre su arco para ella; que sale de bajo la panza de la vaca (que es un puente) y va subiendo, y se pone encima de la vaca, sobre su lomo recto (¿recto como qué? ¿A qué otras cosas se parece esa línea recta que limita a la vaca por encima, esa derechura casi prodigiosa, casi humorística, que hace pensar bien en la cabeza y en la cola al conectarlas casi limpiamente? ¿El lomo es recto como la línea de una mesa? ¿Es plano como sentimos, engañados, que es la Tierra? ¿Es derecho como una unidad de longitud, como un metro, como una cinta métrica extendida? ¿Es una cuerda que mide el mundo?), y con sus rayos allí la calienta, y luego, más tarde en el día —a cierta edad del día—, se le pone a la vaca en la frente, entre los cuernos, y después se le pone ante los ojos, y va alejándose y bajando, y al final vuelve a su panza y le pasa por debajo y le señala con la oscuridad la ubre —pues las ubres son siempre de noche—, y otra vez le sale desde atrás de la cola al día siguiente, en la claridad futura; en la claridad, que es la esperanza.